El cascanueces / Coreografía de Marius Petipa y Lev Ivanov, revisión de Lidia Segni / Música: Piotr Ilich Chaikovski / Escen.: Sergio Massa / Vestuario: Gino Bogani / Ballet del teatro colón / Dirección: Lidia Segni / Orquesta filarmónica de Buenos Aires / Dirección: Emmanuel Siffert / Teatro Colón / Nuestra opinión: muy bueno.
"Ni yo mismo imaginé que este ballet iba a tener tanto éxito", dijo, al final de la función del estreno, uno de los responsables de El cascanueces. Era el mismísimo Chaikovski, y no en el estreno del Colón de Buenos Aires, sino en el del Teatro Mariinsky, de San Petersburgo, en 1892. Fue también en diciembre, el 18, casi la misma fecha que ahora, porque el acierto de esos artistas y productores que planearon un espectáculo navideño consistía en estrenarlo, precisamente, en vísperas del 25. Así arrancó una tradición ahora reafirmada con una revisión que Lidia Segni practicó a la coreografía original de Petipa-Ivanov, bailada con ostensible autoridad por el Ballet del Colón.
Aparte de las actualizaciones de Segni (directora del Cuerpo Estable, además), la novedad principal de esta versión reside en haberle encomendado el diseño de costumia Gino Bogani, como para "vestir" al espectáculo con visos de genuina "nueva producción". También, en confiar el rol protagónico a Carla Vincelli, integrante de la compañía no tan joven, pero no expuesta con frecuencia a las responsabilidades de compromisos escénicos tan centrales. Y, dada la trama del ballet, la niña Clara (que en el segundo acto salta, exultante, a una adolescencia soñada) es una pieza fundamental en el desarrollo de la peripecia. Por suerte para la intérprete, Juan Pablo Ledo, en el rol del (también soñado) príncipe en que se convierte el juguete del cascanueces, ejerce aquí sus dotes de partenaire con sobrada eficacia.
Claro que El cascanueces va más allá de una mera fábula navideña, a pesar de que la atmósfera de fantasía nace en la proximidad de un árbol colmado de los regalos de Nochebuena (hay que recordar que esa trama proviene de la versión que realizó Alexandre Dumas de un cuento del "siniestro" E.T.A. Hoffmann). El histrionismo del mago-padrino Drosselmeyer -corporizado con espectacularidad por Matías Santos-, las evoluciones de la pareja central por paisajes feéricos y el marco de coreografías corales inducen a complejidades y destrezas propias de la más genuina danza académica. Hay que destacar, allí, las oportunas resoluciones de la invasión del ejército de ratones, que pululan en torno de la aterrada Clara con una dinámica marcadamente amenazante, como debe ser una pesadilla: títeres e inocentes muñecos mecánicos no disipan los núcleos siniestros, tan caros a Hoffmann.
Los destellos de ballet blanc del cuadro de los Copos evidencian la solidez del elenco femenino, en el que hay que exaltar el desempeño de Paula Cassano, mientras que en la sección del exotischen brilla especialmente la pareja de Ayelén Sánchez y Edgardo Trabalón, en la Danza Rusa
Mientras la Filarmónica dio lo mejor de su disciplina bajo la batuta del maestro Emmanuel Siffert (la ejecución de algunos pasajes sutiles, como la Danza Árabe, rozó niveles de perfección), el aporte singular de Bogani no pudo evitar su destino de vedette del espectáculo (la capa negra de Drosselmeyer con forro plateado es un hallazgo), aunque el despliegue francamente deslumbrante de la fiesta inicial en la mansión Stahlbaum remarca excesivamente las individualidades, en perjuicio de la coherencia cromática y estilística.
Más allá de sus inobjetables recursos técnicos, un mérito de Carla Vincelli estriba en su capacidad de "ser niña" de verdad, con una organicidad corporal infantil, si bien por momentos se torna convencionalmente "aniñada". En el segundo acto (incluido el dúo en el bosque helado), la pareja de ella y Ledo supera desafíos técnicos, tanto los passés-développés de Carla como los virtuosismos en manège de Ledo y su capacidad contenedora del cuerpo de su compañera en los riesgosos pescaditos de cierre de secuencia.