Imposible entender el lugar que la moda ocupa hoy en la agenda de los museos sin recordar a Diana Vreeland, legendaria editora del Harper's Bazaar y Vogue, consultora jefa del Museo Metropolitano de Nueva York, desde 1971 hasta su muerte, en 1989. A Vreeland le hubiera bastado para entrar en la leyenda con lanzar al estrellato a Richard Avedon; descubrir que una chica rubia con rulos sobre la frente llamada Lauren Bacaall tenía pasta de estrella o que el diseñador a la medida de Jackie Kennedy sólo podía ser Oleg Cassini. Pero no. Se fijó como meta llevar el diseño de alta moda a las salas del museo. Su primera gran retrospectiva estuvo consagrada al mundo de Balenciaga en 1973, mucho antes de que Valentino organizara su gala anual en la escalera de la Quinta Avenida, que Giorgio Armani mostrara sus diseños en la Royal Academy de Londres y que el Thyssen le dedicara una muestra a Hubert de Givenchy con su musa Audrey Hepburn.
Todo lo que vino después en la relación arte y moda es un legado Vreeland.
En Buenos Aires, hubo cuatro grandes momentos en los que esta relación fue visible como nunca antes. A fines de los 80, Manuel Lamarca presentó su colección en la sala Renacimiento del Museo Nacional de Arte Decorativo y fue la consagración definitiva de un creador personalísimo. En los 90, Gino Bogani creó una colección inspirada en obras de la colección permanente del Mamba: Seguí, Paparella y Alejandro Puente, entre otros. Resultó un éxito de público, crítica y recaudación. Llegaría después la revelación de Pablo Ramírez en el Salón Dorado del Colón con una mise en scène de inspiración lírica, a partir del desplante hispano de Carmen, de Bizet. En 2014, Martín Churba, iconoclasta multimediático, mostró lo que mejor sabe hacer: desafiar, experimentar y crear arte para usar, al exhibir una colección de texturas, tramas y volúmenes en los jardines del Museo de Arte Decorativo.
Churba cruzó rampante la delgada línea roja que separa arte y moda. Un ejercicio casi natural para la japonesa Yayoi Kusama, capaz de imprimir sus lunares en una cartera de Louis Vuitton