El Cascanueces / Música: Piotr Ilich Chaikovski / Coreografía de maximiliano guerra, sobre el original de Marius Petipa y Lev Ivanov / Escenografía: Sergio Massa / Vestuario: Gino Bogani / Iluminación: Rubén Conde / Ballet estable del Teatro Colón / Dirección: Maximiliano Guerra / Orquesta Filarmónica de Buenos Aires / Dirección: Emmanuel Siffert / Teatro Colón / Próximas funciones: hoy y el sábado, a las 20; el domingo, a las 17 / Nuestra opinión: bueno.
Llega la Navidad y el rito se reinventa: cada año, El Cascanueces sube a escena en incontables salas del mundo. En nuestro Teatro Colón, casi siempre. Ni es necesario subrayar que el ritual obedece a que la acción de esta obra, la última partitura para ballet que compuso Chaikovski (1892), toma cuerpo a partir de un relato (en su origen, siniestro, de E.T.A. Hoffmann, reelaborado por Alexandre Dumas) que transcurre en la mansión de los Drosselmeyer en Nochebuena. Concebido originalmente por Petipa e Ivanov, el trazado escénico fue actualizado por otros coreógrafos ya desde principios del siglo XX. Esta recuperación de la tradicional fábula feérica es un emprendimiento del propio director de la compañía, Maximiliano Guerra, que -digámoslo de entrada- luce confuso y poco convincente.
Las "remasterizaciones" más conocidas de la obra llevan firmas de creadores prestigiosos: la de Vainonen, por cierto, en el Mariinsky; también, la del mismísimo Balanchine, o la de Grigoróvich (infaltable, en el Bolshoi), sin olvidar una de las acaso más logradas, la de Nureyev, que en 1967 propuso una efectiva relectura, especialmente en la concepción de vínculos entre los personajes.
Cuatro años después de su estreno, El Cascanueces de Nureyev ingresó, con el montaje de su autor, al repertorio del Teatro Colón. Hace seis años Aleth Francillon vino a Buenos Aires para actualizar con rigor esa concepción. El año pasado la entonces directora del Ballet, Lidia Segni, por roces surgidos entre Francillon y las anteriores autoridades del Teatro, propuso una versión suya, con una producción nueva: escenografía de Sergio Massa y un vistoso vestuario de Gino Bogani. La actual, estrenada el domingo, distinta de las anteriores, no se perfila con identidad propia.
Aparte de utilizar la producción escénica del año pasado, este Cascanueces apela de nuevo, como en 2014, a la figura de Carla Vincelli para el emblemático personaje central de la pieza, la pequeña Clara, quien en su sueño junto al árbol navideño transforma el inocente muñeco-rompenueces en un apuesto y valiente príncipe, en este caso confiado a Federico Fernández: la elevada estatura del bailarín favorece en el espectador la ilusión de que, por contraste, su compañera (más bien diminuta) sea de verdad una niña en tránsito a la adolescencia.
Es grata la recuperación de Martín Miranda, un bailarín cuya profusa trayectoria en varias compañías importantes lo acredita para componer un Drosselmeyer con porte de mago, un maestro de ceremonias que articula las acciones de la mágica Nochebuena (sostenida musicalmente por esa formidable partitura de Chaikovski, conducida con acierto -como el año pasado- por el maestro Emmanuel Siffert, al frente de la Filarmónica).
En el desfile de las danzas fantasiosamente "folklóricas" se destacaron la pareja rusa (William Malpessi y Emilia Peredo Aguirre) y la danza española (Ambartsoumián-Giménez). Una visible empatía favorece el rapport de la pareja central de Vincelli-Fernández: ella luce una técnica fluida y él, en los portés, demuestra su creciente madurez como partenaire, incluidos los riesgosos poissons (o "pescaditos") con que se cierran algunos dúos.
Salvado el desempeño de la compañía, cabe preguntarse si las modificaciones de esta versión ("podas", como la del final del primer acto, o la reaparición del Rey de los Ratones) eran necesarias, habida cuenta de que el Colón es uno de los pocos teatros en el mundo que detenta los derechos de la coreografía de Nureyev en forma permanente.